El valor de una mujer es genuino cuando ella es consciente que no es propiedad de nadie, ni de nada, que no vale más o menos por tener un hombre a su lado o por caminar detrás de él, cuando comprende que su valor no es convertirse en la sombra de un hijo o de una hija o en el reflejo de un padre o una madre, cuando ella se da cuenta que vale por sí misma y no por la opinión, el deseo o la intención de los demás.
El valor está en su propia condición natural de ser mujer, en la libertad de jugar un rol como hija, como madre, como esposa, pero también como profesionista, como intelectual, artista y como la faceta que sus dones y sus talentos le permitan desarrollar, el valor está en sus sueños, en sus anhelos, en su destreza de visualizarse como una triunfadora, capaz de enfrentar y superar sus propios miedos.
El valor de una mujer está en la capacidad de conocerse a profundidad a sí misma, cuando sabe identificar sus gustos, virtudes, talentos y fortalezas, pero también sus debilidades y áreas de oportunidad, su valor está en su habilidad de confiar en sus recursos y capacidades, en su atrevimiento de plantearse metas y no conformarse sólo con migajas que la vida, el destino y las circunstancias les puedan ofrecer. El valor de una mujer está en su fortaleza física, psicológica e intelectual para desempeñar cualquier actividad, desde el llamado de la naturaleza de ser madre, hasta el más alto puesto ejecutivo de cualquier organización, su valor está en el respeto que las personas y el entorno le profesan, pero también en el respeto que ella se ofrece a sí misma, a su cuerpo, a sus ideales, sus pensamientos y sus propósitos.
El valor de una mujer está en su belleza, en la sonrisa que se dibuja en su rostro, en la ternura y en la firmeza de su mirada, en las palabras de comprensión, de ternura y de amor que florecen de sus labios, su valor está en su deseo de quererse y consentirse como el más preciado diamante que irradia un espectro de alegría, emanado de la belleza que anida en su corazón.
El valor de una mujer no está sujeto a ninguna edad, si es casada, soltera, viuda o divorciada; tampoco si es hija, madre o abuela, si es rubia, morena o mulata, si es alta o bajita de estatura; tampoco a sus características, posición social, ideología o su forma de ser o de pensar, lo que sí importa es su propia condición de mujer y que, como tal, tiene mucho valor, tanto valor como ella misma considere.
El valor de una mujer no está sujeto a medición, sino a la única condición de admirarse y no olvidemos que nadie puede sanar como la mujer y más si esta trabaja en salud.