Hoy inicia el Bicentenario de Boyacá y queremos compartir con ustedes un articulo de lo que significo los servicios de Salud en la libertad de Colombia. Desde las épocas de Hipócrates, en el siglo V a.C., la medicina se consideraba a sí misma como una téchne o, lo que es lo mismo, como un ars ya elaborado que, como todas ellas, debería cumplir los siguientes requisitos: ser útil para algo o tener una tarea específica -en este caso, “[…] apartar por completo los padecimientos de los que están enfermos y mitigar los rigores de sus enfermedades […]”-, reposar sobre un conocimiento capaz de ordenar todos los medios de acción a un objetivo común y poder ser enseñada. Aunque el objetivo social de la medicina -prevenir y enfrentar la enfermedad- no cambió durante la Colonia, ni se ha cambiado aún en la medicina contemporánea, el cuerpo de conocimientos y de medios para la acción, así como la forma de enseñar esta téchne , sí se modificó en la medicina neogranadina de la época pre-revolucionaria.
Los cambios más significativos ocurridos en la medicina santafereña colonial se habían dado varios años atrás cuando, en 1802 y en el marco de la reforma sanitaria borbónica, por orden del virrey Mendinueta, con la aprobación del rey Carlos IV, el médico José Celestino Mutis había reorganizado y modernizado la Cátedra de Medicina del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, que estuvo cerrada durante varios años y que sólo logró graduar dos médicos durante toda la colonia. Contra las concepciones médicas hipocrático-galénicas de la enfermedad y de la práctica médica dominantes en esta cátedra y en el ambiente médico neogranadino, Mutis se había inspirado en las reformas ilustradas de la educación médica impulsadas por Hermann Boerhaave en Holanda y luego por sus discípulos De Haen, Van Switen, Cullen, Gorter y Von Haller, entre otros, en varios países de Europa, y por Pedro Virgili, Juan Lacomba, Pablo de Olavide, Gregorio Mayans y otros más en España. Bajo la tutela de Miguel de Isla, hermano de la Orden de San Juan de Dios, recomendado por Mutis para regentar esa nueva cátedra, se formó en Santafé una pléyade de galenos que vino a conformar un primer cuerpo médico autóctono. Isla murió en 1807 y fue reemplazado por Vicente Gil de Tejada, quien continuó con la labor docente. Pero la cátedra fue cerrada durante las alteraciones del orden publico ocurridas a partir del 20 de julio de 1810 y, sólo hasta 1812, el médico Gil de Tejada pudo retomar sus actividades de enseñanza, aunque por corto tiempo, pues cayó enfermo en 1813 y tuvo que ser reemplazado por Benito Osorio.
A este espacio de formación médica se le unió, en 1813, una nueva Cátedra de Medicina, fundada en el Colegio de San Bartolomé por José Félix Merizalde, discípulo de Gil de Tejada. En el plan de estudios de esta nueva cátedra figuraba un grupo de textos escritos por profesores franceses que, al menos en la teoría, venían a complementar las doctrinas boerhaavianas enseñadas por Isla, Gil de Tejada y Osorio. No obstante, en la práctica no hubo ningún cambio significativo en la orientación general de la enseñanza médica, con respecto a la orientación que le había impuesto Mutis: cinco años de estudios teóricos y luego tres años de práctica en el Hospital de San Juan de Dios. Esta práctica hospitalaria también seguía los derroteros puestos en marcha por Boerhaave en su Escuela de Medicina de Leyden. Este médico holandés había acondicionado una de las enfermerías del primer piso del Hospital de Santa Cecilia, en Leiden, en 1714, para realizar sus enseñanzas clínicas dos veces por semana en compañía del médico de la ciudad y de los estudiantes. Allí ubicaba a los pacientes que tenían los cuadros clínicos más típicos de las distintas dolencias para que los estudiantes, después de haberse aprendido toda la teoría de la medicina, pudieran, en sus últimos años de formación, ir a “verlos” y aprender así las características típicas de cada enfermedad. Según el propio Mutis, después de leer a Hipócrates y Boerhaave, complementados con Hoffman, Cullen, Morton, Gorter, de Haen y Ramazzini, el estudiante debería, con toda esta teoría en la cabeza, ir a la sala del hospital y, allí, anotar sus observaciones clínicas en un cuaderno y complementarlas con las observaciones meterológicas, para luego discutir con el docente los síntomas, el pronóstico y el tratamiento .
La Reconquista condujo a un nuevo cierre de ambas cátedras y convirtió al Colegio del Rosario en prisión de patriotas. Los médicos neogranadinos fueron apresados o desterrados y otros obligados por Morillo a prestar servicios gratuitos en el Hospital. Por la fuerza, el Pacificador organizó una Academia de Medicina en la que se obligó a los galenos santafereños a discutir algunos temas, bajo la dirección de Pedro Fernández de la Reguera, médico de cabecera de Morillo. Después de la batalla de Boyacá, Bolívar y Santander reconfirmarían a Benito Osorio y a José Félix Merizalde como catedráticos de medicina en el Rosario y en San Bartolomé, respectivamente, no obstante, no se han encontrado documentos que den cuenta de la enseñanza médica en el Rosario y en San Bartolomé durante esos años y hasta 1826, cuando Santander creó la Universidad Central de Bogotá y Bolívar, en 1827, la del Magdalena e Istmo1.
EL CONFLICTO ENTRE MUTISIANOS Y FRANCESES
En el contexto de esa crisis educativa médica de la mal llamada Patria Boba, y cuando apenas habían pasado tres años desde que Simón Bolívar derrotara a las tropas realistas españolas y declarara la independencia de la Nueva Granada, apareció, el 20 de octubre de 1822, en la Gaceta de Colombia , una noticia que anunciaba que el 2 de noviembre de ese mismo año se abriría un curso de anatomía y fisiología que sería dictado por el profesor Pedro Pablo Broc, que venía de la Facultad de Medicina de París, a “contribuir a la ilustración y a la felicidad de la nación”. Con él llegó también el profesor Bernardo Daste, que iniciaría un curso práctico de cirugía en el Hospital de San Juan de Dios. Algunas ideas nuevas sobre la irritación como causa de la enfermedad tomadas de la medicina fisiológica de Broussais trajeron estos médicos franceses, pero poco se volvió a saber de ellos y su enseñanza, hasta que dos años después, el 6 de noviembre de 1824, apareció un panfleto titulado El Desengaño Anatómico, firmado por el pseudónimo El Estudiante, en el cual se atacaba duramente a los dos médicos franceses.
El mencionado libelo, escrito por José Félix Merizalde, criticaba, desde una posición que se pudiera tildar de rudimentariamente nacionalista, la forma de enseñar la anatomía del profesor Broc, a quien consideraba atrasado por no tener en cuenta algunos de los textos franceses que ya figuraban en el plan de estudios de San Bartolomé y por usar una versión anticuada del Diccionario de las ciencias médicas . Insinuaba, pues, que los médicos nacionales tenían un conocimiento más actualizado que los extranjeros. Así mismo, criticaba al gobierno por pagarle sumas muy altas a dicho profesor y despreciar el conocimiento médico local. Pero el panfleto también enfocaba sus baterías contra Bernardo Daste, a quien acusaba de “pedir enfermos de cirujía para que practicasen” en ellos los estudiantes “jóvenes que ignoran la medicina”. Para Merizalde esto era como “mandarle a cortar y hacer una casaca a un muchacho que sabe pespuntar” y, según él, esta conducta habría causado la muerte a un gran número de pacientes.
En su respuesta, titulada Al público imparcial , Daste desenmascaraba al Estudiante acusando a Merizalde de la autoría del panfleto, retomaba las acusaciones de Merizalde y desmentía el número de muertos que se le imputaban. Pero afirmaba “[…] yo he puesto, es verdad, los jóvenes á hacer curaciones, para que se acostumbren, viéndolo diariamente, a ese aspecto particular que toman las enfermedades, según los grado en que se observan; lo que no se puede comunicar, tanto por los libros, como por una práctica de mucho tiempo. No por eso les he dicho que no asistan a los cursos que se leen en la ciudad. Lo he deseado, por el contrario a fin de que los ejemplos, que se les presenten todos los días, les ayuden a fijar su juicio, sobre los principio que se les enseñan […] los enfermos no están abandonados, y antes bien que, de mi método, resultan dos ventajas, en lugar de una: 1ª el restablecimiento de la salud de los pobres y 2ª la instrucción de los jóvenes, que practican ellos mismos las curaciones”. Aunque Merizalde respondió a Daste, sus argumentos son prácticamente los mismos del panfleto inicial.
Más allá de si los conocimientos estaban o no adecuados a la versión particular que tenía Merizalde de la medicina y de los autores franceses2, lo que estaba en juego eran dos maneras de entender la enseñanza de la medicina clínica: una al estilo boerhaaviano, a la que se adecuaba Merizalde y, otra, la de los franceses, que proponían llevar al estudiante desde el primer día de su carrera al hospital para aprender en la práctica. Desde el último lustro del siglo XVIII, durante el proceso de constitución de la mentalidad anatomoclínica3, los médicos franceses habían comenzado a reconocer la importancia del hospital en la formación del médico. Durante el Ventoso del año IV de la Revolución Francesa , Vitet recalcaba ante la Asamblea de los Quinientos el valor de una práctica adquirida en las salas del hospital: “El candidato médico expondrá al pie del lecho del enfermo el carácter de la especie de la enfermedad y su tratamiento”.
En el año XII de la Revolución, a partir de las propuestas de Pierre Jean Georges Cabanis (1757-1808), se construyó una nueva concepción de la clínica que vinculó a la medicina con el hospital y con la asistencia a la población desvalida: se estableció que la enseñanza teórica debía ser completada con una experiencia clínica, “estructura mucho más fina y compleja en la cual la integración de la experiencia se hace en una mirada que es al mismo tiempo saber, es decir, que es dueña de su verdad, y libre de todo ejemplo, incluso si ha sabido por un momento aprovechar de él. Se abrirá la práctica a los oficiales de salud, pero se reservará a los médicos la iniciación a la clínica”.
Esta nueva definición de la clínica estaba directamente vinculada a la práctica hospitalaria y exigió la reforma y la reorganización en Francia del dominio de dichas instituciones. Era necesario encontrar, tanto para el mantenimiento de los hospitales, como para la enseñanza de la clínica médica, una estructura hospitalaria “compatible con los principios del liberalismo y la necesidad de protección social, entendida de una manera ambigua como la protección de la pobreza por la riqueza y la protección de los ricos contra los pobres”. Será en esa coyuntura en donde enseñanza médica y beneficencia laica van a encontrar su punto de enlace. La organización y gestión de los hospitales les fueron entregadas a las administraciones municipales y éstos recuperaron así su “personalidad civil”. Pero también los espacios hospitalarios se reacomodaron para permitir los convenios, a veces tácitos, con las escuelas de medicina que reorganizarían su enseñanza clínica. En la Nueva Granada, como república independiente, habría que esperar hasta 1826, para que con la fundación de la Facultad de Medicina de la Universidad Central se iniciara este proceso, el cual sólo se consolidó de una manera firme cuando en 1865, ya en los Estados Unidos de Colombia, los médicos colombianos, ahora formados en Francia, con Antonio Vargas Reyes a la cabeza, se retiraron de la Facultad de Medicina del Rosario y fundaron la Escuela Privada de Medicina, orientada en su totalidad, desde la perspectiva de la medicina anatomoclínica. Esta escuela prolongó su existencia en la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia a partir de 1867.